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martes, 6 de octubre de 2009

HiStoRia De AmoR - 21 -

Ya han pasado tres días. Estoy bastante cansada de este hospital. ¡Necesito salir de aquí!
Víctor a estado conmigo en todo momento. Se ha preocupado mucho por mi estricta dieta y no me ha permitido dejar ni una migaja de pan.
Durante todo este tiempo sobre todo he estado durmiendo. Entre comida y siesta hablaba un poco con mi acompañante, pero solo hablábamos sobre mi familia y sobre mí.
Le conté que mis padres solían trabajar hasta muy tarde y a veces ni volvían a casa. Una vez estuve un mes entero sin verlos. Era como vivir sola.
Más de una vez intenté preguntarle por él, pero se limitaba a cambiar de tema y preguntarme cualquier cosa por mínima que fuera.
El doctor me hizo un par de visitas para comprobar mi estado anémico. Dijo que pronto podría salir de allí.
Por las noches Víctor salía para alimentarse en cuanto comprobaba que yo me había quedado dormida.
Mientras que yo… solo soñaba con lo ocurrido una y otra vez…
Aquella mañana el día se presentó nublado y con amenazas de lluvia.
Lo primero que vi al despertar fue el rostro plácido de Víctor. Tenía la cabeza apoyada en mi almohada y me miraba divertido.
- Buenos días. Puedo preguntarte, si no es indiscreción, ¿qué has soñado? – dijo sonriente.
- A pues… - fingí no acordarme. No iba a decirle que había vuelto a soñar…con él. – Estaba tumbada en mi cama y la luna bañaba con su luz toda mi habitación.
- ¿Y yo estaba allí contigo? No parabas de decir mi nombre.- dijo entre risas.
Me quedé rígida sin saber que decir o hacer hasta que finalmente giré la cabeza para mirar a otro lado y ocultar mi vergüenza.
Si, él estaba allí. Había entrado por la ventana junto con la luz de la luna y había venido hacia mí para besarme. Aun me negaba a aceptarlo.
¡No podía estar enamorada de él! Es un vampiro y ni si quiera ser porque se comporta así conmigo.
No me conoce… no puede juzgarme sin conocerme…
Y entonces mis pensamientos fueron interrumpidos cuando la puerta de la habitación se abrió y pude ver como el doctor hacía su aparición.
- Buenas noticias, señorita Cros. Le hemos concedido el alta. Ya puede salir de aquí. Tenga, cómprese estas pastillas en la farmacia. Tómese una después de cada comida. Tan solo es hierro que le ayudara a superar por completo la anemia. Siga estrictamente con sus comidas, ¿de acuerdo? No quiero volver a verla por aquí.- sonrió. – cuídese.
- Gracias.
¡Por fin soy libre! ¡Ya era hora! Tengo unas ganas tremendas de llegar a mi casa.
- Bueno, ¿te ayudo a vestirte? – sonrió burlón.
- Puedo sola, gracias. – respondí sonriendo.
Entonces el móvil de Víctor empezó a sonar y esté contesto con un rápido movimiento. Cuando colgó me miró un tanto triste.
- No voy a poder llevarte a casa… - se disculpó.- Tengo que hacer un par de cosas…
- No pasa nada. Has estado conmigo todos estos días, ¿te parece poco? Además tengo que hacer unas cuantas cositas por el camino – recordé.
- Está bien. Entonces me voy, nos vemos luego – se despidió justo antes de salir de la habitación.
Bien, ya volvía a estar sola. Cogí la ropa que Víctor se había molestado en traerme de mi casa y me vestí.
Recogí todo y bajé a recepción. Firme el alta y salí despacito pero con muchas ganas al exterior.
Atravesé la puerta principal y lo primero que noté fue como la humedad del ambiente rodeaba todo mi cuerpo. Era una sensación agradable. Me encanta cuando el tiempo está a punto de llover.
Comencé a caminar mientras registraba mi equipaje. Tenía un par de mudas limpias, una baraja de cartas con la que me entretuve bastante estos días, mi mp4 y un paraguas. ¿Un paraguas? Esto no era mío. Víctor estaba en todo desde luego. Continué caminando y me pasé por el supermercado a comprar un par de cosas. Salí del supermercado y me dirigí a casa. En el camino noté que alguien me miraba. Comencé a caminar más rápido y el pánico me inundaba. Escuché pisadas y risas tras de mí y con toda la fuerza que me quedaba en mi cuerpo me atreví a girar. Unos chavales pasaron por mi lado como si nada mientras hablaban animadamente entre ellos. Siguieron su camino.
Me dejé caer sobre mis rodillas y solté las bolsas de la compra. Estaba hiperventilando. Mil emociones pasaron por mi mente junto con las imágenes de aquella noche. Me llevé las manos a la cabeza. Inhalé todo el aire que pude y luego lo exhalé.
Estuve así un rato hasta que me calmé un poco.
- Perdona, ¿estás bien? – preguntó una mujer que se había acercado a mí preocupada.
Me levanté con cuidado y recogí las bolsas del suelo. Me sequé las lágrimas que asomaban por mis mejillas y me giré para plantarle una sonrisa a aquella señora.
- Estoy bien, gracias, solo he tenido una pequeña recaída… acabo de salir del hospital. Disculpe. – le dije.
Antes de que la mujer pudiera responder yo ya me había dado la vuelta y continué mi camino.
Al rato comenzó a llover y saqué el paraguas que Víctor me había dejado.
Por fin llegué a mi casa. Me agaché a coger la llave de debajo de la maceta. Abrí la puerta y dejé el paraguas en la entrada para que se secara. Me quité la chaqueta que estaba un poco mojada y la dejé colgada en el perchero.
Hice una pequeña ronda por toda mi casa para ver si habían llegado ya mis padres pero todo estaba tal y como lo dejé aquel día.
Subí a mi cuarto y me di una ducha caliente para quitarme la humedad de los huesos. Me sentó muy bien la sensación del agua caliente por todo mi cuerpo. Me relajé mucho y cuando salí me encontraba como nueva. Bajé a la cocina y me preparé uno de los menús que me había dicho el doctor.
Una vez terminé de cenar volví a mi cuarto y me tumbé en mi cama. A través de la ventana se podía ver la luz de la luna a través de millones de gotas de agua. Aun estaba lloviendo pero ahora con más intensidad que antes. Los árboles se movían furiosos de un lado a otro debido al fuerte viento que se había levantado.
La luna apenas alumbraba mi cuarto esta noche y todo estaba cubierto de sombras. Las ramas del árbol chirriaban al rozar el cristal de mi ventana. Me eché la manta encima y me tapé hasta la nariz.
Estaba asustada y no podía negarlo. Comenzó a escucharse truenos y el ruido me sobresaltó. Finalmente me levanté y abrí mi baúl de los recuerdos que estaba guardado en el armario. Dentro tenía cosas que me hacían sentir nostalgia. Encontré uno de los juguetes que mi madre me regalo de pequeña. Me pasaba horas jugando con ese juguete. Pero no era lo que estaba buscando. Trasteé por todo el baúl y finalmente lo encontré. Estaba allí, en el fondo, tal y como lo deje cuando lo vi por última vez.
Mi peluche, mi osito Peter. Que de recuerdos… Este peluche me lo regaló mi queridísima abuela un mes antes de que esta falleciera. Este hecho me hizo aferrarme tanto a él que lo llevaba a todas partes y nunca lo soltaba. Con el tiempo entré en razón y vi que ya era mayor para eso… así que lo encerré aquí junto con las demás cosas que no era capaz de tirar.
Echaba mucho de menos a mi querida abuela…
Rescaté a Peter de aquel apretujado lugar y volví a la cama con él. Volví a echarme la manta por encima y me aferré a él tal y como lo hacía de pequeña.
Dejé que mis problemas volasen por una noche y recordé aquella época en la que mi abuela vivía.
Así entre momentos felices… me dormí

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