Feed icon

Relatos

~ La Tienda ~

Es curioso cómo nos dejamos manejar en diversas situaciones. Cuando tenemos miedo, cuando estamos cansados, cuando nos puede beneficiar dicha acción… incluso cuando nos controlan.
Hasta hace poco era una chica normal. Pero todo comenzó con la llegada de aquella tienda.


Nací en Bradford, “el vado ancho”, Inglaterra. Consta de una población de unos trescientos mil habitantes. El tiempo aquí es estable, con las típicas lluvias características de esta región, por supuesto.
Actualmente vivo con mis padres en una modesta casita situada en un barrio cercano al centro.
Mi nombre es Alexia, Alexia Doyle.
Tengo dieciséis años y acabo de empezar el nuevo curso. En cuanto estudios no es que sea una chica extremadamente aplicada, pero me preocupo por ello y suelo ser responsable al respecto.
Tengo dos grandes amigas llamadas Teresa y Grecia con las que lo comparto todo. Tere es una gran chica amiga de todos y que siempre está ahí cuando la necesitas. Grecia es muy divertida y alegre.
De pequeñas hicimos un pacto: siempre estaríamos juntas. Y hasta ahora así fue… hasta ahora…


Todo comenzó un lunes por la mañana. Tere y Gre vinieron a recogerme a mi casa para dirigirnos juntas al instituto. Yo aun estaba lavándome los dientes y con mi esplendido pijama de ositos lleno de agujeros y que poseo desde las navidades de hace cuatro años. Me di toda la prisa que pude y salí a la carrera para no hacerlas esperar y que pudiéramos llegar a tiempo.
- Buenos días dormilona – me saludaron.
- Buenos días – bostecé.
- Vamos a llegar tarde el primer día, que patético. – comentó Teresa poniendo un mohín de disgusto.
- Por favor, la mitad de los alumnos se tomaran esta primera semana de curso de vacaciones.- afirmó Grecia.
- Pero nosotros no somos como ellos – finalizó Teresa.
Ambas pararon de caminar de repente. Estábamos a mitad de camino y yo las miré extrañada. Estaban como impactadas así que seguí la dirección de sus miradas petrificadas.
Una tienda. Eso era todo lo que había frente a nosotras. Una tienda, nueva al fin y al cavo, que estaban terminando de colocar entre la casa abandonada de los Swan y un almacén que permanece en alquiler desde hace tres meses.
- Vaya – dije al fin.
- Por favor, que no sea una tienda para pijas. – suplicó Grecia.
- Tiene su encanto – comentó Tere.
- ¿Dónde? – pregunté al rato de inspeccionar toda la fachada sin encontrar nada que me hiciera pensar en ello.
- Pues… bueno que más da. Vamos a llegar tarde – recordó Teresa.
Continuamos corriendo el resto del camino hacia el instituto. Ya tendríamos tiempo más tarde para echar una ojeada a la nueva tienda.
Si… hubiera sabido entonces lo que depararía aquello…


Llegamos al instituto justo cuando estaba sonando el timbre. Entramos en la clase un poco antes que nuestra profesora y nos sentamos en nuestros asientos. La maestra nos hecho una mirada acusadora como diciéndonos “que no vuelva a suceder”.
Es famosa por su mal carácter y su enorme puntualidad. Es muy estricta y le gusta ver a sus alumnos sentados en sus correspondientes sillas con los libros abiertos sobre la mesa en cuanto entra en la clase.
Todas las clases se basaron en lo mismo. Presentaciones de los profesores, asignación de las taquillas y repaso de las normas de comportamiento del centro.
Todos los alumnos salieron de la clase en cuanto volvió a sonar el timbre. Mis amigas y yo salimos como pudimos apretujadas entre nuestros compañeros y buscamos un rinconcito libre por el recreo.
- Odio el primer día. – comenté.
- ¿Y quién no? – preguntó Teresa.
- Esas – dijo Grecia señalando el conjunto de chicas que pasaban frente a nosotras.
Todas iban agarradas entre sí y comentando, posiblemente, el último grito en la moda de Paris.
Las tres nos partimos de risa con aquel comentario.
- Ahora a la vuelta vamos a visitar la tienda nueva. Crucemos los dedos por que sea algo interesante.
Terminamos de desayunar y volvimos a clase. Las siguientes horas fueron iguales a las primeras. Finalmente salimos, por fin, del instituto. Íbamos caminando despacito ya que no teníamos prisa. Grecia fue contando chistes y cosas graciosas que le habían pasado aquellas vacaciones y entonces llegamos a la tienda.
Estaba hecha de madera que parecía que la hubieran cogido de una antigua tienda o algo así ya que tenía pinta de estar muy vieja.
- Me da escalofríos. – dije.
Tenía un enorme letrero en la parte de arriba que ponía: Violet.
- ¿Entramos? – preguntó Teresa.
- Yo no llevó nada suelto – contestó Grecia.
- Yo no quiero entrar. – afirme. Ambas me miraron extrañadas.
- ¿Qué pasa? Me da mala espina entrar en una tienda así. Parece muy antigua y me da escalofríos. Yo paso de entrar.
Ambas se miraron y soltaron una carcajada. Sí, vale, soy una supersticiosa y cuando algo me da escalofríos evito volver a acercarme.
Pero a pesar de mi comentario, tan chistoso para ellas, siguieron mirando la fachada de la tienda con una enorme curiosidad en sus rostros.
- Vámonos a casa, por favor. – les supliqué.
Tardaron un buen rato en reaccionar. Parecía como si no me hubieran escuchado pero finalmente se volvieron y vinieron a mi lado.
Continuamos caminando y charlando sobre cosas que habíamos hecho en el verano. Cuando llegamos al bloque de pisos de Teresa ya nos dispersamos y me dirigí a mi casa.
Busqué las llaves en mi maleta y abrí la puerta. Mi madre estaba en la cocina fregando los platos y terminando de preparar la comida.
- Hola, cielo. – saludó.
- Hola, mamá. – le devolví el saludo.
Subí a mi cuarto y tiré la maleta en mi cama. Luego me senté en una de las sillas de la cocina.
- ¿Qué tal el día cariño? – preguntó.
- Pues lo típico. Las normas, los profes y las taquillas.- resumí.
Ella siguió con sus labores y me dedicó una sonrisa.
- Y… en el camino a la escuela hemos visto que han puesto una nueva tienda. Junto a la casa abandonada de los Swan, ¿te acuerdas del descampado que había allí? Pues ya no está.
- ¿Enserio? ¿Y cómo es? – preguntó sin darle mucha importancia.
- Me da escalofríos. – Volví a resumirle. Ella me entiende cuando le digo eso.
- Me hago una idea. Cariño, ¿puedes llamar a tu padre? La comida ya está lista.
- Claro.
Avisé a mi padre, que estaba en el salón viendo la tele, y nos sentamos como una familia feliz en la estrecha mesa.
Una vez hube terminado de comer subí a mi cuarto y encendí mi ordenador. Estuve hablando con las chicas un par de horas y luego me fui cansada a dormir un rato.


Al día siguiente me desperté un poco antes. Me di una ducha y tomé un vaso de leche. Para cuando estas dos me llamaron yo ya estaba perfectamente arreglada.
En el recreo volvimos a sentarnos en el mismo sitio- el único hueco que encontrábamos libre- y charlamos un rato mientras nos comíamos el bocata de nuestro desayuno.
El mismo grupo de chicas que el pasado día, se sentó cerca de nosotras. Empezaron a hablar animadamente entre ellas, primero sobre unos zapatos nuevos que le había regalado su madre, luego del chico tan guapo de una tienda nueva y…
Un momento, ¿una tienda nueva? No puede ser. Que yo supiera solo habían puesto una tienda nueva desde hará cerca de un año. Si, esa tienda.
Agudicé más el oído para seguir escuchando lo que decían.
- …se llama Víctor, o eso escuché. Resulta que es hijo del dependiente y está como un queso. – decía una de ellas.
- ¿Y cómo sabes eso? – preguntó la otra sorprendida.
- Pues ayer fui con Marina y mientras ojeaba las cosas estuve escuchándoles. El dependiente le decía cosas como “pon esto allí hijo” con lo que supe que era el hijo, claro, y también le llamó Víctor, así que ya tengo datos suficientes. – concluyó con una risotada.
Me deprime escucharlas. ¿Es que solo iban a esa tienda para ver a un chico? En fin, al menos ya tenía otro motivo para no ir a esa tienda… chicas como ellas.
Terminaron las clases y me reuní con Teresa y Gre para volver a casa.
Volvieron a pararse frente a la tienda como la vez pasada.
- Vamos tía, entremos. – pidió Grecia.
- Yo paso, entrar vosotras si queréis pero yo no entro ahí. – volví a decirle.
- Estás paranoica- repuso con un mohín.
- Vamos, Gre. Yo entraré contigo, ¿no te importa no Alexia? – dijo Tere. Me miró con una sonrisita traviesa. Sabía que la dejaría entrar.
- Claro, hacer lo que queráis. Yo voy volviendo a casa, nos vemos mañana. – nos despedimos agitando la mano y yo seguí mi camino sola.
Cuando llegué a casa no había nadie. Busque en todas partes, la cocina, el dormitorio, el salón… pero nada. Qué extraño.
Subí a mi cuarto y solté la maleta. Me puse a ver la tele mientras llegaba mi madre para hacer la comida.
Pasó como media hora hasta que llegó mi madre.
- Hola mamá. – saludé.
- Hola. – devolvió el saludo.
- ¿Dónde estabas? – pregunté extrañada. No suele salir a esa hora.
- Estaba en la nueva tienda. – contestó tranquila.
- Am… - no sabía que responder.
Se puso a preparar una comida simple, puesto que era muy tarde para cocinar.
Un poco después llegó a mi padre y nos sentamos a comer.
- He estado en la tienda. – informó mi madre a mi padre.
- ¿Qué tienda? – preguntó papá indiferente.
- La tienda nueva que han puesto de camino al instituto de Alexia. Tenemos que ir. Es la mejor tienda que he visto jamás. – dijo casi con brusquedad. La notaba algo extraña y eso no me gustaba nada.
- ¿Y que tenía que no tengan las demás, si se puede saber? – volvió a preguntar esta vez algo intrigado.
- Pues de todo lo que te puedas imaginar. Esta tarde iremos. Todos juntos. – esto último lo dijo lentamente pero con fuerza mientras me miraba muy fijamente.
- Oh, no. Yo no voy. – contesté a su intensa mirada mientras me llevaba la cuchara a la boca.
- Si. Vas a ir.- Insistió severa. En sus ojos vi algo que no lograba comprender.
- Bueno, bueno. Si no quiere ir no pasa nada. Cariño, es solo una tienda. – le recordó mi padre intentando romper aquel aura de tensión.
- No la defiendas. Si digo que tiene que ir, va. Para algo soy su madre.- me estremecí. Nunca había actuado de este modo.
- Tengo que hacer un trabajo con Tere y Gre. – mentí.
- Ves, tiene cosas más importantes que hacer. – comentó mi padre.
Mi madre bajó la cabeza resignada y continuó comiendo. Yo la imité.
Una vez me conecte a mi correo electrónico busque a mis dos queridas amigas y les pedí que por favor me sacaran del apuro.
Ellas amablemente quedaron conmigo para camuflar la mentira.
Daríamos un paseo por los alrededores. Y tal vez iríamos a los montes.
Me preparé para la salida y me dirigí al punto de control. Ellas ya estaban allí hablando entre sí.
Comenzamos a caminar contándonos cosas y más cosas que nos habían pasado. Hasta que finalmente sacaron el odioso tema.
- Alexia, tienes que ir, ¡es fantástica! – concluyeron después de describirla a fondo rincón por rincón.
- ¡No! ¡Vosotras también no, por favor! – grité exasperada.
- ¡Venga! Vamos a ir, te encantará. – insistieron.
- Me largo. No aguanto más esto. Adiós, gracias por sacarme de casa. Nos vemos mañana. – finalicé.
- Adiós. – se despidieron. Ellas también estaban extrañas. En sus ojos había… ¿rabia?
Seguí con el accidentado paseo yo sola. Anduve durante mucho rato intentando despejar mi cabeza que estaba a punto de explotar.
- ¡Au!- exclamé al girar la esquina. Me había chocado con alguien y ahora me encontraba en el suelo y, posiblemente, con un enorme chichón en la cabeza.
- ¡Perdona! No te había visto. – se disculpó.
Una mano apareció frente a mí para ayudar a levantarme y yo la acepté.
Una vez de pie me di cuenta de que era un joven de, unos diecisiete años. Me sonrojé. Estaba sonriendo de una manera que… me alegraba el día.
- No pasa nada. Yo también iba algo despistada. – reconocí.
- Me llamo Víctor, ¿Y tú eres…? – preguntó con una nueva sonrisa.
- Alexia. – respondí roja como un tomate.
- Tienes un nombre precioso, Alexia.
- Gracias. Tu también.
- ¿Te importaría, si no estás muy ocupada, dar un paseo conmigo? Me acabo de mudar aquí y aun no conozco a nadie. – dijo mientras se pasaba la mano por el pelo.
- Claro, no tengo nada mejor que hacer.
Seguimos caminando mientras me preguntaba cosas sobre mí, mis amigos, mi instituto, etc. Como ya dije antes, él tenía diecisiete años. Era alto y delgado, ojos grises y pelo castaño oscuro. Tenía una expresión amigable y una sonrisa dibujada en la cara.
- ¿Dónde te has mudado?- pregunté.
- Cerca de tu instituto, encima de la tienda Violet. Es la tienda de mi padre, nos hemos trasladado por motivos personales y bueno, aquí nos está yendo muy bien, para que te voy a mentir.
Entonces me acordé de la conversación de las aquellas chicas en el recreo. Comentaron que el dueño de la tienda tenía un hijo llamado Víctor. Todo encajó en mi saturada cabeza.
Continuamos hablando durante un par de horas, quizás, y luego me acompañó hasta mi casa.
- Ha sido un placer conocerte, Alexia. – sonrió dulcemente y yo le correspondí… sonrojándome aun más.
- Igualmente. Me lo he pasado muy bien. – le confesé para mi sorpresa.
- Te gustaría… bueno… ¿Te gustaría salir conmigo mañana?
- Claro.
- Genial. Te recogeré mañana a las seis.
Subí a mi cuarto muy contenta. Di vueltas y vueltas por toda la habitación. ¡Era un chico estupendo! Me conecté para contárselo a las chicas las cuales se pusieron súper contentas. Pero no hablaban. Era como si… fingieran su comportamiento.
Escuché como se cerraba la puerta principal y bajé para ver si mis padres ya habían llegado.
- Hola. ¿Qué tal? – les saludé.
- Hola. – saludó mi madre.
Mi padre no contestó. Tenía la mirada perdida.
- Ten – dijo mientras me entregaba una bolsa pesada- te he comprado un regalo.
- ¡Gracias! – sonreí mientras sacaba una caja de la bolsa.
- Bueno, en realidad es del hijo del dependiente. Estábamos allí mirando las cosas cuando se nos acercó y nos preguntó si éramos tus padres. Nos dijo que era un regalo para ti.
- ¡¿De Víctor?! – pregunté sorprendida. El corazón me iba a mil por hora y casi se me salía por la boca de lo contenta que estaba.
Subí a mi cuarto y abrí la caja. Dentro había una especie de robot en miniatura. Había una nota que ponía: para encenderlo pulsa el botón (la nariz)
Cogí el robot en miniatura y pulsé la nariz. Este hizo un ruido muy extraño y abrió los ojos. Saltó de mi mano y se puso en la cama.
- ¡Hola! – gritó animado. Era un niño pequeño en miniatura.
- Hola – dije. No sabía si estaba programado solo para hablar o también podía escuchar.
Era adorable. Se puso a saltar en la cama mientras reía y me entraron unas ganas irresistibles de abrazarlo.
Continué leyendo la nota: Es un regalo por haberte molestado en escucharme un rato. Me lo pasé muy bien y estoy deseando repetirlo y verte de nuevo. Ya me darás las gracias mañana, así me aseguro de que vendrás.
Reí con aquel comentario. Cogí el pequeño robot y lo puse en mi mesa de noche.
Ya era tarde así que me puse a dormir. Tuve un sueño precioso y en él, salía Víctor.






Al día siguiente comenté todo esto con Tere y Gre las cuales se pusieron muy alegres y reían entre ellas.
- Yo quiero ver ese robot. Seguro que lo a echo él. Tiene que ser monísimo. – dijo Tere.
- ¿Hecho por él? – me sorprendí.- No sabía que fabricara robots.
- Claro que no lo sabías, aun no te has molestado en ir a la tienda. Casi todo está hecho por él y su padre.
- Vaya…
- ¿Por qué no te vienes esta tarde a verla? Podrías ver las demás cosas que él a hecho con sus preciosas manos.
- Lo siento, pero he quedado con él. Va a recogerme en mi casa y daremos otro paseo a solas. – dije orgullosa de mí y librándome de los escalofríos que me producían aquella tienda.
- Bueno, tarde o temprano tendrás que ir. – dijo muy seriamente Gre.
- Tal vez… - contesté sin darle importancia.
Esa tarde estuve con los nervios a flor de piel y no sabía ni que ponerme. Estuve dando vueltas por toda la casa y mordiéndome las uñas. ¡Deseaba tanto volver a verle!
Por fin, sonó el timbre y me di tal prisa en abrir la puerta que en el camino me tropecé con el sofá y me hice un buen moretón en la pierna.
- ¡Hola! – saludé.
- Hola- sonrió.- estás guapísima Alexia.
- Gracias, tu también.
- Vamos, te quiero llevar a un sitio.
- Claro, por cierto, muchísimas gracias por el robot, es monísimo. De veras, muchas gracias. – dije mientras miraba al pequeño muñequito que estaba sonriendo en el bolsillo de mi chaqueta.
- De nada. Te lo mereces. – sonrió dulcemente y me acarició con su cálida mano mi sonrojado pómulo.
Me cogió la mano y me llevó hasta su moto. Me puso el casco con tanta dulzura que me quede paralizada en mi sitio mientras me perdía en sus preciosos ojos grises.
Me monté con él en la moto y me agarré a su cintura.
- Te voy a llevar a un sitio precioso que hay cerca de aquí. Seguramente ya lo conocerás pero quiero compartir el momento contigo.
- Está bien. – dije tremendamente feliz. Me encantaba estar abrazada a él en la moto.
Me llevó a una especie de monte. Subimos hasta lo más alto y nos sentamos allí. Tenía razón, era precioso. Desde allí se podía contemplar prácticamente toda la ciudad. La noche estaba cayendo y eso hacía una atmósfera mucho más romántica. Me encantó.
- Es… precioso. – fue todo lo que podía decir. Me quede contemplando el paisaje.
- Tu eres más preciosa aun.- dijo con una sonrisa pícara que me derritió por completo.
Entonces se acercó lentamente hacia mí y sujetando mi rostro con sus delicadas manos… me besó. Fue un beso espectacular, dulce y cálido, que me llevó a las nubes.
Nos quedamos allí abrazados mientras hablábamos de todo en general. Cuando volví a casa ni si quiera cené, no tenía hambre después de todo eso. Me acosté en mi cama y me puse a recordarlo todo con tanta claridad que incluso seguía notando el tacto de sus labios junto a los míos.
Al día siguiente en el instituto mis queridas amigas no se lo podían creer. Estuvieron haciéndome mil preguntas y me hicieron contarlo una y otra vez.
Aquella noche Grecia hizo una fiesta de pijamas. Hizo palomitas y vimos una película juntas en su sofá. Era una peli de miedo y acabamos las tres abrazadas en aquel sofá.
Luego hicimos unos juegos, hablamos con mi espléndido mini robot y Tere sacó una revista de horóscopos. El mío decía: no todo es lo que parece…
Hicimos una pelea de almohadas y luego contaron historias de miedo y leyendas.
Me quedé casi toda la noche pensando en la frase de mi horóscopo pero no le encontré ningún significado.
Seguimos quedando un par de días más. Me llevó al cine y a patina sobre hielo en una pista que había en el centro de la ciudad y a la que yo solo había ido en un par de ocasiones con mis padres y mis chicas.
Uno de esos días por la tarde estuve terminando un trabajo que tenía atrasado de sociales y luego me puse a escuchar música en mi cama. Pero no podía sacarlo de mis pensamientos.
- ¡Vamos, vamos! – me sobresaltó el pequeño robot.
Estaba sentado sobre mí y me estaba sonriendo. Tenía razón, ya era hora que dejara mis tonterías. Cogí una chaqueta y metí al pequeño robot en el bolsillo.
Comencé a caminar hasta la tienda. Quería, mejor dicho, necesitaba verlo otra vez.
El pequeño robot fue cantando todo el camino. Yo me ponía a ver el paisaje para entretenerme.
Fue entonces cuando me fijé en las personas. La gente estaba… como apagada. Nadie sonreía, nadie hacía nada...
Unos caminaban sin expresión alguna en el rostro. Otros hacían sus que aceres como si tal cosa… ¿Qué les pasaba?
Continué caminando mientras me decía a mi misma que solo eran paranoias que tenía en mi cabeza.
Llegué a la tienda y me paré justo enfrente para observarla mejor.
Los escalofríos no habían desaparecido y me atormentaban una y otra vez. Sacudí la cabeza para recordarme que solo son tonterías en mi imaginación. Vamos… ¡solo es una tienda!
- ¡Vamos! - volvió a gritar el pequeño robot y entonces saltó de mi bolsillo y cayó al suelo. Corrió hacia la tienda y entró por un huequecito en la pared, producido seguramente por un ratón.
- ¡Espera! – le grité en vano. Ya había desaparecido por aquel boquete.
Me armé de valor y respiré un par de veces. Si todos me decían que viniera aquí, seria por algo ¿no?
Puse mi mano en el pomo de la puerta y abrí.
Dentro estaba un poco oscuro pero pude distinguir las estanterías y el mostrador.
Había un poco de polvo también. Cerré la puerta a mis espaldas y me dirigí hacia el mostrador. Pero no había nadie. Me aseguré de que el letrero de la puerta pusiera abierto y una vez me cercioré me puse a ver los objetos de las estanterías.
Había un poco de todo. Aunque la mayor parte de las cosas eran robóticas, también había muchas cosas antiguas como casa sueños y mascaras aztecas.
Terminé de verlo todo pero no me pareció gran cosa comparada con las tiendas del centro. Tendría que tener una pequeña charla con esas dos.
Entonces fue cuando divisé algo que me llamó la atención. Había unas manchas de sangre en una de las paredes. Aunque la mancha era pequeña y podría haber sido una simple mosqueta, me acerqué para ver mejor. En el suelo, justo debajo de la mancha de sangre, había una jeringuilla. Me llevé las manos a la cara del susto que me llevé y me eché atrás poco a poco. Pero entonces choqué con algo y me giré atemorizada para ver que era.
Un hombre de unos cuarenta y tantos años me miraba severamente.
- ¿Puedo ayudarla? – preguntó acercándose más a mí.
- No, yo ya me iba. – dije intentando llegar a la puerta.
- Ni lo intentes. – respondió. Se fue hacia la jeringuilla y la cogió, luego se giró y me miró.
Me entró el pánico total y corrí hacia la puerta por la que había entrado. Pero estaba cerrada, ¿Cuándo la había cerrado?
El hombre vino hacia mí veloz y me cogió por detrás amenazándome con aquella jeringuilla justo en mi cuello.
- ¡No por favor! ¡Suélteme! – suplicaba. Varias lágrimas aparecieron en mis ojos.
- Después de que te arregle. – dijo.
No entendía a que se refería y miré a mí alrededor en busca de algo que me sirviera como alma. Pero no encontré nada tan cercano como para cogerlo así que solo se me ocurrió una cosa. Cogí su mano y la mordí con todas mis fuerzas. Este chilló y me soltó. La jeringuilla se le cayó al suelo y se sujetó la mano con la otra.
- ¡Te voy a matar!- gritó mientras corría hacia mí. Cogí un objeto metálico que había junto a mí y le golpeé la cabeza. Pero al parecer no le di tan fuerte como lo hacen en las películas. Solo conseguí que cayera al suelo y un poco de sangre en su cabeza. Este me miró colérico y se levantó lentamente.
Fue entontes cuando al otro lado de la tienda vi a Víctor. Me miraba asustado.
- Por aquí, ¡Corre! – me gritó agitando la mano en dirección a la puerta trasera. Corrí con todas mis ganas hacía allí y el me cogió la mano mientras abría la puerta y me guió por las oscuras escaleras.
- Víctor, tengo miedo. Esta muy oscuro. – le dije tremendamente asustada. Mi corazón estaba a punto de salirse del pecho.
- ¿Confías en mí, no? – preguntó entonces. Pensé en esa pregunta y una pequeña sonrisita asomo en mi rostro porque sabía perfectamente la respuesta.
- Sí. – Me tranquilicé. Apreté más fuertemente su mano y dejé que me guiara por los eternos escalones.
Escuchaba nuestros pasos mientras corríamos, y el latido de mi corazón. Entonces escuché el chirriar de una puerta. Posiblemente Víctor hubiera encontrado ya la salida. Pero… ¿Qué salida podía haber tan… abajo?
Las luces se encendieron y mis pupilas se dilataron. Distinguí una pequeña habitación con paredes de ladrillos y una… ¿camilla? Pero que…
Algo o alguien me agarraron por detrás. Era una llave firme de la que no podía zafarme. Mi corazón volvió a latir con la misma intensidad que antes. Me entró el pánico.
- ¡Víctor! ¡Ayúdame! – le supliqué. Miré hacia él mientras le seguía suplicando. Pero…
Me quede paralizada. Primero no lo entendí, creí haber visto mal, después sentí odio, luego tristeza, y finalmente casi pude escuchar como mi corazón se rompía en el interior de mi pecho.
Todas las piezas encajaron… cuando le vi sonreír. Frente a mí. Tranquilo. Sonriendo.
Noté como corrían por mis mejillas aquellas lágrimas que solo demostraban como mi corazón se estaba muriendo… la prueba del dolor.
Fui una idiota. En todo momento. Por hablar con él. Por enamorarme de él. Por creerme sus palabras… por dejar que me manipulara a su antojo… y por dejar que me trajera al lugar que desde un principio tenían pensado traerme… todo fue una falsa… y yo una estúpida.
Me giré sin ninguna esperanza para ver quién me sujetaba. Solté un grito ahogado. Un hombre, si se le podía llamar así, con media cara… robotizada.
- Se llama Ben, y es creación mía. – dijo entonces Víctor mientras se acercaba a mi sin perder su sonrisita de traición y empezó a juguetear con mi pelo. – he de reconocer que me ha costado mucho traerte hasta aquí. Primero lo intenté con tu madre, luego con tus queridas amigas, pero como no les hacías caso tuve que intervenir personalmente. Eres una chica muy perseverante, hasta que un chico aparece en tu vida- sonrió con aquello último.
- Te odio. – le escupí.
- Por poco tiempo, en cuanto te arregle podré controlarte por completo, como a todos los demás y me trasladaré a otra ciudad para así hacerme con toda la humanidad. Podría hacer incluso que me amaras. – su sonrisa de traición cambio por una pícara.
- Ya te amaba… - le confesé.
- Vaya, que fácil eres.- rió sorprendido. Esas palabras se me clavaron en el pecho como apuñaladas. Lo más duro era que tenía razón.- Si será verdad que del amor al odio hay solo un paso.
Entonces Víctor izo un chasquido con los dedos y el medio robot medio humano me llevó hasta la camilla. Era demasiado fuerte y no podía escapar de sus brazos. Me tumbó en la camilla y me puso unas cadenas para que no pudiera escapar.
- ¡Dejarme! – grité frenética. - ¡¿Qué me vas a hacer?!
- Tranquilízate, si no tendré que dejarte inconsciente. – sonrió. – Voy a ponerte un chip.
- ¡¿Qué?! ¡¿Un chip?! – seguí gritando.
- ¿Por qué crees que todas esas personas querían que vinieras hasta aquí? Yo los controlaba, querida. Pero estabas empeñada en que no debías venir, cosa que era cierta como acabas de comprobar, y tuve que actuar personalmente.
- ¿Me estás diciendo, que puedes controlar a las personas, con un chip?- pregunté aun incrédula. El pánico que comenzó a aturdir.
- Si, exactamente. Ya tengo a toda esta ciudad bajo mi control, ¿no lo habías notado? Tú eras la última.
- ¡No! ¡Suéltame! – grité llena de furia incontrolable.
Víctor hizo caso omiso y me dio la espalda mientras cogía cosas de una bandeja a mi lado.
- Espero que no le hayas hecho mucho daño a mi padre. Aunque él se lo ha buscado. Si no puede tan siquiera sujetarte, no me sirve para nada. – dijo mientras seguía preparando cosas.
Mientras, yo luchaba con todas mis fuerzas por soltar esas cadenas, pero tan siquiera se movían.
Las lágrimas inundaban mis ojos y caían una tras otra por toda la cara. Estaba tremendamente asustada. En breve dejaría de ser yo… para ser un robot más en control de Víctor. No volvería a ser yo nunca más…
Seguí gritando y pidiendo ayuda en vano. Hasta que Víctor se giró con una inyección en las manos que contendría el chip. Se acercó despacio.
- Sujétala.- Le dijo a su robot.
Este vino hacia a mí y me sujeto la cabeza dejando mi cuello libre. No podía moverme. Este era el fin.
Víctor se acercó, pasó un algodón húmedo por parte de mi cuello y me miró por última vez.
- Te echaré de menos, Alexia. – dijo sonriente. Luego se acercó y me besó.
Finalmente, la inyección penetró en mi cuello, y todo acabó.
Lo último que vi, fueron sus ojos grises.

Nunca te fíes de nadie. Mucho menos si lo acabas de conocer…
Cualquiera puede hacerte daño, tú eres el único que puede impedir eso…
Más tarde el mundo quedo bajo el poder de aquel chip. Es increíble como una cosa tan pequeña puede hacer tanto daño…

FIN

0 comentarios: