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jueves, 8 de octubre de 2009

CAPITULO 1 - LA TIENDA

LA TIENDA
Es curioso cómo nos dejamos manejar en diversas situaciones. Cuando tenemos miedo, cuando estamos cansados, cuando nos puede beneficiar dicha acción… incluso cuando nos controlan.
Hasta hace poco era una chica normal. Pero todo comenzó con la llegada de aquella tienda.

Nací en Bradford, “el vado ancho”, Inglaterra. Consta de una población de unos trescientos mil habitantes. El tiempo aquí es estable, con las típicas lluvias características de esta región, por supuesto.
Actualmente vivo con mis padres en una modesta casita situada en un barrio cercano al centro.
Mi nombre es Alexia, Alexia Doyle.
Tengo dieciséis años y acabo de empezar el nuevo curso. En cuanto estudios no es que sea una chica extremadamente aplicada, pero me preocupo por ello y suelo ser responsable al respecto.
Tengo dos grandes amigas llamadas Teresa y Grecia con las que lo comparto todo. Tere es una gran chica amiga de todos y que siempre está ahí cuando la necesitas. Grecia es muy divertida y alegre.
De pequeñas hicimos un pacto: siempre estaríamos juntas. Y hasta ahora así fue… hasta ahora…

Todo comenzó un lunes por la mañana. Tere y Gre vinieron a recogerme a mi casa para dirigirnos juntas al instituto. Yo aun estaba lavándome los dientes y con mi esplendido pijama de ositos lleno de agujeros y que poseo desde las navidades de hace cuatro años. Me di toda la prisa que pude y salí a la carrera para no hacerlas esperar y que pudiéramos llegar a tiempo.
- Buenos días dormilona – me saludaron.
- Buenos días – bostecé.
- Vamos a llegar tarde el primer día, que patético. – comentó Teresa poniendo un mohín de disgusto.
- Por favor, la mitad de los alumnos se tomaran esta primera semana de curso de vacaciones.- afirmó Grecia.
- Pero nosotros no somos como ellos – finalizó Teresa.
Ambas pararon de caminar de repente. Estábamos a mitad de camino y yo las miré extrañada. Estaban como impactadas así que seguí la dirección de sus miradas petrificadas.
Una tienda. Eso era todo lo que había frente a nosotras. Una tienda, nueva al fin y al cavo, que estaban terminando de colocar entre la casa abandonada de los Swan y un almacén que permanece en alquiler desde hace tres meses.
- Vaya – dije al fin.
- Por favor, que no sea una tienda para pijas. – suplicó Grecia.
- Tiene su encanto – comentó Tere.
- ¿Dónde? – pregunté al rato de inspeccionar toda la fachada sin encontrar nada que me hiciera pensar en ello.
- Pues… bueno que más da. Vamos a llegar tarde – recordó Teresa.
Continuamos corriendo el resto del camino hacia el instituto. Ya tendríamos tiempo más tarde para echar una ojeada a la nueva tienda.
Si… hubiera sabido entonces lo que depararía aquello…

Llegamos al instituto justo cuando estaba sonando el timbre. Entramos en la clase un poco antes que nuestra profesora y nos sentamos en nuestros asientos. La maestra nos hecho una mirada acusadora como diciéndonos “que no vuelva a suceder”.
Es famosa por su mal carácter y su enorme puntualidad. Es muy estricta y le gusta ver a sus alumnos sentados en sus correspondientes sillas con los libros abiertos sobre la mesa en cuanto entra en la clase.
Todas las clases se basaron en lo mismo. Presentaciones de los profesores, asignación de las taquillas y repaso de las normas de comportamiento del centro.
Todos los alumnos salieron de la clase en cuanto volvió a sonar el timbre. Mis amigas y yo salimos como pudimos apretujadas entre nuestros compañeros y buscamos un rinconcito libre por el recreo.
- Odio el primer día. – comenté.
- ¿Y quién no? – preguntó Teresa.
- Esas – dijo Grecia señalando el conjunto de chicas que pasaban frente a nosotras.
Todas iban agarradas entre sí y comentando, posiblemente, el último grito en la moda de Paris.
Las tres nos partimos de risa con aquel comentario.
- Ahora a la vuelta vamos a visitar la tienda nueva. Crucemos los dedos por que sea algo interesante.
Terminamos de desayunar y volvimos a clase. Las siguientes horas fueron iguales a las primeras. Finalmente salimos, por fin, del instituto. Íbamos caminando despacito ya que no teníamos prisa. Grecia fue contando chistes y cosas graciosas que le habían pasado aquellas vacaciones y entonces llegamos a la tienda.
Estaba hecha de madera que parecía que la hubieran cogido de una antigua tienda o algo así ya que tenía pinta de estar muy vieja.
- Me da escalofríos. – dije.
Tenía un enorme letrero en la parte de arriba que ponía: Violet.
- ¿Entramos? – preguntó Teresa.
- Yo no llevó nada suelto – contestó Grecia.
- Yo no quiero entrar. – afirme. Ambas me miraron extrañadas.
- ¿Qué pasa? Me da mala espina entrar en una tienda así. Parece muy antigua y me da escalofríos. Yo paso de entrar.
Ambas se miraron y soltaron una carcajada. Sí, vale, soy una supersticiosa y cuando algo me da escalofríos evito volver a acercarme.
Pero a pesar de mi comentario, tan chistoso para ellas, siguieron mirando la fachada de la tienda con una enorme curiosidad en sus rostros.
- Vámonos a casa, por favor. – les supliqué.
Tardaron un buen rato en reaccionar. Parecía como si no me hubieran escuchado pero finalmente se volvieron y vinieron a mi lado.
Continuamos caminando y charlando sobre cosas que habíamos hecho en el verano. Cuando llegamos al bloque de pisos de Teresa ya nos dispersamos y me dirigí a mi casa.
Busqué las llaves en mi maleta y abrí la puerta. Mi madre estaba en la cocina fregando los platos y terminando de preparar la comida.
- Hola, cielo. – saludó.
- Hola, mamá. – le devolví el saludo.
Subí a mi cuarto y tiré la maleta en mi cama. Luego me senté en una de las sillas de la cocina.
- ¿Qué tal el día cariño? – preguntó.
- Pues lo típico. Las normas, los profes y las taquillas.- resumí.
Ella siguió con sus labores y me dedicó una sonrisa.
- Y… en el camino a la escuela hemos visto que han puesto una nueva tienda. Junto a la casa abandonada de los Swan, ¿te acuerdas del descampado que había allí? Pues ya no está.
- ¿Enserio? ¿Y cómo es? – preguntó sin darle mucha importancia.
- Me da escalofríos. – Volví a resumirle. Ella me entiende cuando le digo eso.
- Me hago una idea. Cariño, ¿puedes llamar a tu padre? La comida ya está lista.
- Claro.
Avisé a mi padre, que estaba en el salón viendo la tele, y nos sentamos como una familia feliz en la estrecha mesa.
Una vez hube terminado de comer subí a mi cuarto y encendí mi ordenador. Estuve hablando con las chicas un par de horas y luego me fui cansada a dormir un rato.

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